GRAPEVINE, Noviembre de 1945
Cuando nuestros fracasos generan el miedo, padecemos de una enfermedad del alma.
Esta enfermedad, a su vez, origina más defectos de carácter.
El miedo irracional de no poder satisfacer nuestros instintos nos lleva:
a codiciar los bienes ajenos,
a apetecer el sexo y el poder,
a reaccionar con ira cuando sentimos amenazadas nuestras exigencias,
a envidiar a los demás porque pueden realizar sus ambiciones mientras nosotros fracasamos.
Nos excedemos en la comida y la bebida,
acaparamos mucho más de lo necesario, con el temor de no tener suficiente.
Con tremenda alarma, permanecemos ociosos cuando debemos trabajar.
Con apatía vamos dejando todo para hacerlo después, o cuando mucho, trabajamos de mala gana y a medias.
Estos temores son como plagas que van royendo los cimientos de la vida que tratamos de edificar.
Conforme crece... la fe,..... crece la seguridad interna.
El inmenso temor fundamental de la nada empieza a apaciguarse.
Nosotros los A.A. descubrimos que nuestro antídoto básico contra el miedo....
Es un despertar espiritual.
DOCE Y DOCE, pág. 52
GRAPEVINE, Enero de 1962
Sabes lo geniales que somos para la racionalización.
Si nos justificamos plenamente a nosotros mismos una recaída, es casi cierto que nuestra propensión a racionalizar justificará otra, tal vez con otra serie de excusas.
No obstante, una justificación conduce a otra, y enseguida volvemos a ser bebedores de plena dedicación".
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La experiencia indica, con demasiada frecuencia, que aun el individuo que toma píldoras de una manera controlada, puede perder el control. Las mismas alocadas racionalizaciones que una vez caracterizaron su forma de beber, comienzan a emponzoñar su existencia. Cree que las píldoras, si pueden curar su insomnio, pueden también curar sus inquietudes.
Raramente se les puede culpar directamente a nuestros amigos los médicos, por las lamentosas consecuencias que a menudo experimentamos. Les es demasiado fácil a los alcohólicos comprar estas drogas peligrosas y, una vez que las tienen es probable que el bebedor las tome sin ejercer criterio alguno.
CARTA, 1959